Recuerdos de la infancia, el pelo rubio sobre los ojos, el sillòn de mi abuela. La olor a patata hervida, la faja tendida en el patio, la oscuridad de una casa vieja, las rejas de la ventana. El aburrimiento, la dentadura postiza, el camiòn de la basura. Dormir con mi abuela Lola, los lacasitos antes de irse a dormir.
Cajas llenas de casas vacias.
Mudanzas, traslados. Recuerdos que no caben en cajas. Suenyos que salen por las ventanas. Excavadoras, indemnizaciones. El Cabanyal. Làgrimas.
Vecinas nuevas, plantas relucientes, gatos que trepan por el patio, cuerdas de tender tensas. Una televisiòn nueva, con un mando a distancia forrado con una bolsa de plàstico, para que no se estropee. Papeles de propaganda por mantel, agujas de hacer ganchillo en cajas de mimbre, botones en cajas de pastillas, ceniceros llenos de pesetas. Y al lado, la foto del abuelo en blanco y negro.
Ir los domingos al cementerio, tirar las flores secas, ver quién acaba de morir.
Lavabo con olor a lejia, tapetes para el papel higiènico, gorro para la ducha. Acelgas para cenar.
Tirar la basura por la ventana, cotillear detràs de la cortina. Gritar desde la calle en lugar de llamar al timbre. Tarrasa num. 9.
100 pesetas para pipas pal viaje. Estirame este pelo del bigote. Sube a regarme esa planta que no llego. Dile a tu madre que me baje los huesos para el perro.
Pon màs alta la telenovela, que no la oigo.
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