Lágrimas encerradas; lluvia que sólo parece caer por las goteras de mi tejado. El otoño se está quedando con Barcelona y el sueño conmigo. Hacer cuatro veces el mismo trayecto del metro. Sudar, conseguir sentarse, sacar el MP3. Escuchar una canción que no debería haber sonado; podría haber sido cualquier otra. Lágrimas recluidas; parece que no saben eligir el momento en qué salir. Se acabó Quina lenta agonia la dels ametlers perduts... libros amontonados, canciones que no saben cuando sonar. El cielo no da tregua; me está calando los pies, escondidos debajo de una máquina de coser. Estoy entrando en un bucle de horas muertas, días que pasan, vagones de tren, y sueño, mucho sueño. Parece que jugar es aceptar las reglas del juego, y yo estoy jugando a ser autosuficiente, a vivir en Barcelona, a jugar con el caos. Aprender a dormir de día y a soñar despierta y sola, de noche. Tus horas y las mías coinciden en la madrugada; luego, otras conversaciones por tierra, mar y aire. Momentos llenos de agendas vacías, que se convierten en gritos de socorro en forma de mensajes callados, de dedos que no paran de pensar.
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