No sé hablar sobre sentimientos; no puedo decir más allá de lo que escribo. Al día pienso 300 veces en ti, y no soy capaz, en las 24 horas que paso contigo, de decirte que ayer me fui con un desconocido. Y que no sé si eso es una traición a ti, o a mi misma. Porque esta mañana me he despertado, con el calor, sin su sudor, y con un mensaje tuyo en el móvil, y sentía que no había actuado bien. Y pienso que como te has empeñado en ser sólo mi amigo, puedo contártelo, pero como tengo miedo a estropear lo que no tenemos, cuando me preguntas qué tal anoche, yo te contesto que muy bien, sin más. Porque no somos nada, pero lo somos todo. Porque si supiese hablar, no tendría que escribir esto. Si tuviese una pequeña idea de qué piensas al respecto, sabría cómo sacar el tema, pero como nos ha dado por estar todo el día juntos, sin hablar, pues me siento aquí, y escribo, contigo al lado.
Y es en este momento cuando admiro a aquellos que dicen lo que piensan, si creen que con ello van a aclarar algo, a despejar su mente al menos. Pero soy cobarde, y creo que esto es en cierta manera, una forma de dejar de luchar por ti (¿a caso quieres tú que luche?). Me preocupa no aprender nunca a enfrentarme a lo que me detiene, no encontrar nunca el momento adecuado de hacer las cosas, me preocupa no saber escoger las palabras con las que me gustaría explicar cómo me siento.
Y es en este momento cuando admiro a aquellos que dicen lo que piensan, si creen que con ello van a aclarar algo, a despejar su mente al menos. Pero soy cobarde, y creo que esto es en cierta manera, una forma de dejar de luchar por ti (¿a caso quieres tú que luche?). Me preocupa no aprender nunca a enfrentarme a lo que me detiene, no encontrar nunca el momento adecuado de hacer las cosas, me preocupa no saber escoger las palabras con las que me gustaría explicar cómo me siento.