Y hace ya días que quería escribir este post, y este post lo escribo en castellano porque se lo tengo que enviar a alguien, y quiero que lo entienda. Y ya hace una semana que empezamos con el Sónar Experience y es ahora cuando me siento capaz de ponerme a escribir alguna que otra línea. Porque siento que ha pasado una eternidad de tanto que he sentido en un fin de semana; porque dejarse llevar siempre está muy bien, pero a veces, además, es la mejor opción. Porque pasar cuarenta y ocho horas despierta es algo que se dice muy rápido, pero que sin embargo, pasa muy despacio. Porque si no duermes en dos días, el tiempo se dilata aún más, y te permite disfrutar de todo más y mejor. Porque prohibirse pronunciar la palabra no te abre muchas puertas y diferentes caminos en la que fue la noche más larga.
Cuando todo parecía que sería relativamente tranquilo, el equipo alcoyano se juntaba con la Olga, gambitera de apellido, para bailotear las mejores sesiones del Sónar 2010. Sorpresa con LCD Soundsystem, y más aún con Plastikman. Qué pasa en Barcelona si alguien te pilla robándole el cubata, pues, exceptuando que sea un pamplonica, pasa que te quiere romper la cara. Y así es como el equipo alcoyano se junta con el pamplonés, para acabar formando el equipo del peligro. Desde luego que dios los cria y ellos se juntan. Una vez unidas el hambre con las ganas de comer, lo mejor, buscar la ubicación correcta para no perdernos demasiado. Y así la grada del SonarPub se convierte en mi especial hervidero de emociones. Sentir a la música entrando por tus poros, adorar a la gente que te rodea y sentirse volar con los pies en el suelo. Empezar a bailar moviendo la camiseta, como quien baila un fandango a ritmo de música electrónica. A pesar de ir igual que todos, inspirar cara de confianza para ser la depositaria del dinero, las tarjetas y los móviles de mis nuevos amigos de la noche, o ya casi del día. Seguir; seguir siempre, y siempre seguir bailando, lo que sea. No ser consciente de que ya es de día, y de que necesitas unas gafas de sol, darte cuenta de que no tienes el ataque de hambre propio de tus resacas tempraneras, y de que no era un acto gratuito el hecho de que en la entrada regalasen toneladas de chicles. Y pasan las horas y alguien te requiere por teléfono, alguien que no puede entender que sólo has nacido para vivir ese momento, y que no quieres saber nada más de nadie, excepto del tridente del horror que ya a primeras horas de la mañana empieza a vislumbrarse como el equipo ganador del festival. Unas ganas terribles de besar a los que están a mi alrededor, especialmente a un chico que se empeña en conquistarme sin querer. Y un beso que llega robado en una foto, que al final era un video, y desde ahí una ganas enormes de compartir el sol contigo. Ser los últimos en salir del recinto; agradecimientos a los asistentes porque la fiesta era nuestra, y coger el tren de vuelta a Barcelona una hora y media después. Un vagón lleno de nuevos amigos, y perderse por el Gótico hasta llegar al Carrer Templaris, donde las estanterías están decoradas con polvos mágicos, y donde el régimen de alojamiento y desayuno nos invita a chucherías, chupa-chups rellenos de chicle y otro tipo de golosinas algo menos infantiles. Bailar y cantar, y sentir. Sólo eso, y sin embargo, tan bien. Cuando parece que la gente empieza a desfallecer, el tridente del horror se viene arriba, se crece con el sol, y con el avituallamiento necesario para que las piernas no se nos paren, nos reincorporamos al Sónar de Dia, de menor calidad musical, pero de mejor ambiente. Sol, cerveza, y no poder parar nunca. Si, amigo, en algún momento habrá que parar, pero ahora no. Verte sonreir, y ver cómo me miras por encima de tus gafas de sol prestadas. El mejor regalo en la lluvia de sentidos en la que estoy inmersa. Tener tus ojos presentes en todo momento, sentir que tengo que cuidarte, y que no puedes perderte. Empieza a llegar el bajón; normal, llevamos mil años dándolo todo, y ahora sólo necesitamos descansar, pero parar todavía no. Y así nos relajamos en el cesped artificial, y luego en un sofá, y cuando de verdad ya no podemos más, nos retiramos a los aposentos de Silvia, y sin cenar ni nada, nos tomamos alguna que otra copa. Para aquellos entonces ya conozco tu conflicto interno, y me molesta no poder hacer nada para solucionarlo. Me duele saber que te arrepentirás hagas lo que hagas, así que espero no ser yo la que tenga que arrepentirse de nada. Y así es como, finalmente, te haces un rincón a mi lado, y que siga contando cosas ahora, estaría ya de más.
Así que salto a la paella del domingo, a la Barceloneta que tenía ganas de unos fiesteros como nosotros, y las últimas copas que van de la mano con las últimas miradas a escondidas de los demás. Una despedida apagada, pero con la sensación de no haber perdido en absoluto el tiempo.
Cuando todo parecía que sería relativamente tranquilo, el equipo alcoyano se juntaba con la Olga, gambitera de apellido, para bailotear las mejores sesiones del Sónar 2010. Sorpresa con LCD Soundsystem, y más aún con Plastikman. Qué pasa en Barcelona si alguien te pilla robándole el cubata, pues, exceptuando que sea un pamplonica, pasa que te quiere romper la cara. Y así es como el equipo alcoyano se junta con el pamplonés, para acabar formando el equipo del peligro. Desde luego que dios los cria y ellos se juntan. Una vez unidas el hambre con las ganas de comer, lo mejor, buscar la ubicación correcta para no perdernos demasiado. Y así la grada del SonarPub se convierte en mi especial hervidero de emociones. Sentir a la música entrando por tus poros, adorar a la gente que te rodea y sentirse volar con los pies en el suelo. Empezar a bailar moviendo la camiseta, como quien baila un fandango a ritmo de música electrónica. A pesar de ir igual que todos, inspirar cara de confianza para ser la depositaria del dinero, las tarjetas y los móviles de mis nuevos amigos de la noche, o ya casi del día. Seguir; seguir siempre, y siempre seguir bailando, lo que sea. No ser consciente de que ya es de día, y de que necesitas unas gafas de sol, darte cuenta de que no tienes el ataque de hambre propio de tus resacas tempraneras, y de que no era un acto gratuito el hecho de que en la entrada regalasen toneladas de chicles. Y pasan las horas y alguien te requiere por teléfono, alguien que no puede entender que sólo has nacido para vivir ese momento, y que no quieres saber nada más de nadie, excepto del tridente del horror que ya a primeras horas de la mañana empieza a vislumbrarse como el equipo ganador del festival. Unas ganas terribles de besar a los que están a mi alrededor, especialmente a un chico que se empeña en conquistarme sin querer. Y un beso que llega robado en una foto, que al final era un video, y desde ahí una ganas enormes de compartir el sol contigo. Ser los últimos en salir del recinto; agradecimientos a los asistentes porque la fiesta era nuestra, y coger el tren de vuelta a Barcelona una hora y media después. Un vagón lleno de nuevos amigos, y perderse por el Gótico hasta llegar al Carrer Templaris, donde las estanterías están decoradas con polvos mágicos, y donde el régimen de alojamiento y desayuno nos invita a chucherías, chupa-chups rellenos de chicle y otro tipo de golosinas algo menos infantiles. Bailar y cantar, y sentir. Sólo eso, y sin embargo, tan bien. Cuando parece que la gente empieza a desfallecer, el tridente del horror se viene arriba, se crece con el sol, y con el avituallamiento necesario para que las piernas no se nos paren, nos reincorporamos al Sónar de Dia, de menor calidad musical, pero de mejor ambiente. Sol, cerveza, y no poder parar nunca. Si, amigo, en algún momento habrá que parar, pero ahora no. Verte sonreir, y ver cómo me miras por encima de tus gafas de sol prestadas. El mejor regalo en la lluvia de sentidos en la que estoy inmersa. Tener tus ojos presentes en todo momento, sentir que tengo que cuidarte, y que no puedes perderte. Empieza a llegar el bajón; normal, llevamos mil años dándolo todo, y ahora sólo necesitamos descansar, pero parar todavía no. Y así nos relajamos en el cesped artificial, y luego en un sofá, y cuando de verdad ya no podemos más, nos retiramos a los aposentos de Silvia, y sin cenar ni nada, nos tomamos alguna que otra copa. Para aquellos entonces ya conozco tu conflicto interno, y me molesta no poder hacer nada para solucionarlo. Me duele saber que te arrepentirás hagas lo que hagas, así que espero no ser yo la que tenga que arrepentirse de nada. Y así es como, finalmente, te haces un rincón a mi lado, y que siga contando cosas ahora, estaría ya de más.
Así que salto a la paella del domingo, a la Barceloneta que tenía ganas de unos fiesteros como nosotros, y las últimas copas que van de la mano con las últimas miradas a escondidas de los demás. Una despedida apagada, pero con la sensación de no haber perdido en absoluto el tiempo.