dilluns, 21 de febrer del 2011

Vides sexuals

Cada vez que el placer había sido exacerbado, sufría una crisis de tetania. Nunca había tenido miedo. Pasaba enseguida. Obraba como la prueba de que había acontecido algo incomprensible en mi cuerpo, que éste ya no me pertenecía. La parálisis prolongaba la letargia. ¿Refrenaba mi cuerpo antes o despues del orgasmo? ¿Para evitarlo o para prolongarlo? (...) Ahora bien, sobrevino una manifestación opuesta; en lugar de crisparme al borde del abismo, me ahogo en un mar de lágrimas. Relajo la tensión mediante sollozos libres y ruidosos. Lloro como no se llora prácticmente nunca en la edad adulta, con el corazón embargado de una pena absoluta. Es preciso que la tensión haya sido especialmente intensa, excepcional; más que otras, sin duda, debo reconocer un largo camino hasta el éxtasis, y mis sollozos tienen algo en común con los del atleta exhausto que recibe su primera medalla. Algunos de mis compañeros se asustaban, temían haberme hecho daño. Pero son las lágrimas de una alegría desesperada. Todo ha sido arrojado por la borda, pero ese todo se reduce a esto: el cuerpo que he entregado era sólo un soplo de aire, y el que he estrechao ya a años luz de distancia. ¿Cómo no expresar congoja en un estado de indigencia semejante?



Una amiga em va explicar alguna cosa semblant quan estàvem borratxes a Campo di Fiori, a Roma. Deia, que d'ençà un temps, cada cop que se'n anava al llit amb algú, fos o no conegut, i gaudia molt, després de tenir un orgasme, plorava. Clar, els nois s'amoïnaven, i ella començava a riure tractant de fer entendre que no era res, i que ho era tot; que l'embriagava una sensació brutal, però que al mateix temps, era una sensació buida. El buit de qui busca i no troba. La congoixa de qui un instant abans es sentia el centre del món, i ara, suorosa, es sent fora de lloc.